La Disputa. Escritora de cuentos y poesías infantiles de España. Cuento sobre letras y papeles.
Cuentan las historias que hace muchos, muchos años se entabló una curiosa discusión entre el Reino de la Tipografía y el Reino del Papel. Decían los tipos de letras que eran ellas, sin duda, las que daban belleza y elegancia a los textos y relatos. Mientras que los diferentes tipos de papel proclamaban que todo dependía de la elección del papel adecuado para cada momento. Afirmaban los tipos de letras que eran ellas quienes daban forma y hacían agradable un texto. Que eran ellas, con sus bellas figuras quienes daban elegancia y prestancia a cualquier frase o párrafo. Que eran ellas, sin duda, quienes daban belleza a una página. Que su sola presencia era un deleite para la vista. Por su parte, los diversos tipos de papel, aseveraban que, sin ellos, no habría forma de presentar un escrito. Que si no existieran ellos como soporte de nada servirían las letras por muy bellas que fueran. Que no es que dieran belleza a una página, sino que ellos eran las páginas. Argumentaban que su tacto maravillaba al escritor y seducía al lector. Pasaban los años y los lustros. Cada reino defendía y afirmaba su importancia. Los tipos de letras invitaban a los Embajadores del Reino del Papel para, en brillantes desfiles, mostrarles la enorme variedad de tipos que existían. Y así, entre vivas y sonidos de trompas, iban apareciendo: Un tipo tras otro, con banderas, Con banda de música, sin perder el paso, Sin perder el compás, orgullosas de su belleza, de su elegancia, y de su maravilloso cometido… Unas tras otras. Erguidas, orgullosas y bellamente engalanadas, mostrándose ante los enviados del Reino del Papel. Por supuesto, el Rey del Papel no iba a ser menos y también montó su desfile. Aunque antes tuvo que consultar largamente con los astrólogos reales (eso de los meteorólogos aún no se había inventando) para buscar un día de sol, sin gota de lluvia, sin asomo de niebla y sin un soplo de viento. Cosas todas ellas perjudiciales para la integridad papelera. Y tras largas deliberaciones se decidió el día. Y, tras larga espera, llegó ese día. Y cuando, emocionados y llenos de orgullo patrio estaban ya Papiros, Pergaminos, Verjurados, Papeles de hilo, Gofrados, Papeles Japoneses, Papeles de Seda, Cartulinas, etc., dispuestos en resmas, pliegos y demás… Cuando ya comenzaban a sonar los tambores y a flamear las banderas (de papel, por supuesto), en ese justo instante, antes de dar comienzo al grandioso desfile, se escuchó a lo lejos un horrísono tronar que hizo huir en desbandada (nada organizada) a todos los papeles del reino en busca de refugio. Lo cual fue motivo de gran regocijo para las señoras embajadoras del Reino de las Letras que no disimularon sus sonrisas aunque tuvieron a bien controlar sus carcajadas… Este fracaso, sin embargo, no amedrentó al Reino del Papel que siguió con sus reivindicaciones (Así como tampoco achicó a los astrólogos reales quienes no fueron castigados ni despedidos pues, en menos que canta un gallo, achacaron tamaña desgracia no a un fallo suyo sino a oscuros tejemanejes de espías del reino vecino). Tanto duraba ya esta disputa que, finalmente, hartos de pelear, pero no dispuestos a rendirse ante el contrario, tomaron ambos reino la decisión de acudir a la única que podía servir de árbitro entre ellos: La Gran Reina de las Palabras, Emperatriz del Lenguaje y Gran Duquesa de la Escritura, su Majestad La Gramática. Y ante ella presentaron sus reivindicaciones. Y su Majestad, tras escuchar las alegaciones de ambos reinos con gran paciencia (que mucha hay que tener para escuchar discusión tan absurda…) y tras pensarlo durante un minuto (más no se necesitaba para deliberar cosa tan nimia), decidió, en primer lugar, amonestar a ambos reinos por hacerle perder el tiempo con cuestión tan baladí y multar a cada uno aumentando sus respectivos impuestos en el doble de la cantidad pagada hasta el momento durante, al menos, dos años (Su Majestad andaba un poco mal de fondos y, como tonta no era, quería aprovechar y llenar un poco sus arcas). Y en segundo lugar vino el discurso. Discurso que no pienso reproducir por largo pero que, básicamente, venía a decir que: Ni tipos de letra ni tipos de papel eran lo más importante a la hora de presentar un relato. Que lo que importaba de verdad era lo que se iba a contar y cómo se contaba. Que era posible, incluso, relatar algo sin usar la escritura y que, desde luego, era ella la realmente importante pues de ella dependía que el texto fuera legible y de ella dependía que estuviera bien construido y hermosamente ordenado. Que eran las palabras elegidas, su orden, el seguimiento de las leyes que ella (La Gramática) imponía las que daban hermosura a un relato. Les dijo, en fin, que ellos no eran más que meros accesorios. Simples adornos y soportes sin importancia. Que tanto daba qué tipo de letra fuera utilizado para montar una página o qué tipo de papel se utilizara para su impresión. Si no se seguían sus leyes y si no se sabía contar una historia, el resto no tenía importancia alguna. Y tras decirles todo esto (mucho mejor dicho y mucho más extensamente) les ordenó que hicieran las paces y que volviera cada uno a su reino a trabajar y a preocuparse por cosas de mayor importancia para sus respectivos pueblos. Y los embajadores se fueron pensativos y avergonzados. Y no volvieron a molestar a la Emperatriz… no fuera a ser que les volviera a subir los impuestos. Fin
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